Entre vivos y Plebeyos

Mientras me encuentro en la crisis de inspiración como antesala de un tercer y más afilado post, les dejo este excelente cortometraje que bien podría resumir muchas de las ideas que comparto y compartiré con ustedes en "Medio Pasaje", el corto se llama "Entre vivos y plebeyos" y viene cosechando éxitos dentro y fuera de nuestra Lima la Gris, espero lo disfruten tanto como yo.

Copien y peguen esto en su navegador: http://milanta.blogsome.com/2007/10/16/video-entre-vivos-y-plebeyos/ Sé que no es Cholotube pero igual se divertirán. Baja paradero. Hasta el próximo post.

Felíz 28, 50% + el pasaje caballero

Esta pequeña entrada es sólo para agradecer sus comments y la molestia tomada para leer este pequeño espacio que es su espacio, este prurito blogger seguirá hasta el próximo paradero. Perdonen si la música de fondo los aturde pero les confieso que Manu Chao es el alma del blog y lo seguirá siendo mientras exista, su música obnubilante es la insipiración para cada post. Gracias nuevamente, unas felices fiestas patrias y espero no les reviente la subida del pasaje. Tranquilos todos, que no cunda el pánico, el 30 vuelve todo a lo que parecer normal.

Súbele sólo por joder


Hoy me he levantado tarde. No es la mejor forma de comenzar el post pero fue lo primero en lo que pensé ya que tuve que salir corriendo y en medio de mi desesperación por llegar al inglés se suscitó la nueva combivencia (el bendito Word sigue cambiándome la palabra a “convivencia” por enésima vez) que compartiré con ustedes esta vez.

Antes que nada, quisiera que piensen un momento en la asfixiante e imparable ola que ha azotado nuestra capital, o mejor dicho nuestro país entero para sumergirnos en una inundación en la que todos nos hemos ahogado en algún momento: La cumbia.

Lo sé. Mi blog no es un blog de cumbia, pero han de saber que este híbrido del huayno peruano, el vallenato colombiano y la huaracha cubana se ha apoderado de toda unidad de transporte público y digo de toda sin excepción. Es por eso que hoy, analizaremos este acuerdo universal para tocar cumbia en todas las combis habidas y por haber.

Entiéndase que, si nos ponemos a analizar, cada parte de nuestra vida está marcada por una emisora radial:

- De 8 a aproximadamente 16 años la chiquititud entrega sus oídos al desenfreno del rompejaula, la jauría, la hora perruna o cuanto bacanal romano radial saque radio Moda o semejantes.
- De 16 hasta los 22 nos quedamos con estudio 92 y sus interminables spots de la universidad a la que tienes que entrar.
- Más adelante cumplimos 30 y nuestros oídos son invadidos por RPP noticias y la información siempre primero, minuto a minuto y los chistosos ponen la cuota alegre a nuestras vidas matrimoniales si estas ya empezaron.
- A los 40 y 50 nos vuelve la nostalgia y nos teñimos las canas de negro mientras sacudimos las cabezas al ritmo de stereo 100. Somos jóvenes aún, el mundo es nuestro, sí claro.
- Pronto los años se van volando y nuestra ancianidad se mese rítmicamente al son de Radio Felicidad y la hora del lonchecito desde los 70 hasta el momento de nuestra muerte (después sólo Dios sabe).

Ojo que este es un descabellado y subjetivo análisis de este humilde blogger que bien podría desdecirse con toneladas de excepciones a la regla. Sobre todo si tienen la suerte, como yo la tuve, de ver alguna abuelita cantando Wisin y Yandel en el asiento reservado por ley.

En teoría, si usted, estimado lector, es contemporáneo con este servidor, cuando llegue a la etapa de Radio Felicidad, otras serán las canciones del ayer y tal vez la inolvidable música del recuerdo sea pera entonces el chuculún, rompe la molleja, machucando, destrózale el buche, pégala, azótala y (si aún queda con vida) sácala a bailar.

Es entonces cuando usted y yo nos preguntamos qué demonios bailarán nuestras hijas. Se me hace un nudo en la garganta al imaginármelo, aunque no seré más papista que el papa, pues es innegable que todos hemos cedido alguna vez a bailar alguno de esos temas cuya letra te sugiere que tu enamorada, pareja, amiga o hermana podría ser tranquilamente un porfiado antes que una mujer.

Ya me he dilatado demasiado en divagar acerca del tema musical, vamos a lo nuestro. He salido tan tarde que sé que deberé presentar alguna excusa deprimente a mi profesora de inglés. Espero poder convencerla esta vez de que tuve que quedarme a cuidar a alguno de mis siete inexistentes hermanitos cuya fragilidad es la causa de todas mis tardazas y todos mis quebrantos.

Me sumerjo nuevamente en otra muchedumbre apretujada de ilustres desconocidos aferrados a sus maletas con rostro preocupado. Parece que todos fueran a perderse de algo. Pero el sueño puede más algunas veces y no faltan quienes se entregan a los brazos de Morfeo con la cabeza pegada a la ventana y la boca abierta hacia el infinito.

Todo este marco de depresión previa al ajetreo del día se ve amenizado por el pintoresco y exquisito gusto musical del señor chofer. Hasta las seis de la mañana me vacilo, hasta las seis de la mañana me amanezco. El carro dobla la esquina de Universitaria con Bolívar a gran velocidad, la cabeza somnolienta de una estudiante de chef (su indumentaria así me lo indica) es impulsada a la derecha para estrellarse con fuerza contra la ventana mientras el vehículo se estabiliza. Vayan preparando el sancochado o prepárenme un “levantamuerto”.

¡Maneja bonito imbécil! Todos voltean a verla como si la muchacha hubiera proferido alguna blasfemia. Hipócritas. Estoy más que seguro de que todos los presentes habíamos pensado en decir lo mismo, sólo que ella fue más honesta y concretizó el sentimiento del pueblo. El chofer no oye, es de palo y tiene orejas de pescado. Sigo bebiendo no estoy borracho, el baile me pone a mí contento.

Algunos pasajeros se bajan rápidamente y el pasillo ha quedado vacío. En ese momento de incómodo silencio, hace su aparición un artista urbano de baja estatura. Un juglar de la calle dispuesto a ofrecernos su más variado repertorio valiéndose únicamente de su pequeño güiro (un peine y una cajita, no vayan a pensar que subió a fumarse un troncho en frente de todos nosotros). A este y otros personajes les dedicaré un post entero en el futuro.

Luego de lanzar su discurso de presentación (que será objeto de otro post), comienza a interpretarnos su versión del clásico de Lorenzo Palacios Quispe “Chacalón”: Muchacho provinciano. Y aunque el chico comenzó con el coro y prosiguió en una repetición incansable de la primera estrofa, he de reconocer que no lo hizo mal. Opinión que no compartía el chofer, a quien le valió un carajo y subió el volumen a toda potencia. Pensé en encontrar una forma más política de describir tan inhumana descortesía, pero mi indignación pudo más.

Era como escuchar un remix algo atrofiado de dos temas no contemporáneos.

“Soy muchacho provinciano, hasta las seis de la mañana me vacilo, me levanto muy temprano, hasta las seis de la mañana me amanezco. Para ir con mis hermanos, sigo bebiendo no estoy borracho, ayayay a trabajar, el baile me pone a mí contento.
No tengo padre ni madre, yo no le rindo cuentas a nadie, ni perro que a mí me ladre, nadie está pendiente a mi regreso. Sólo tengo la esperanza, no soy como esos sacolargos, ayayay de progresar.”


El pequeño de 6 ó 7 años le lanza una mirada asesina al chofer, como si quisiera arrancar la botita de bebé que pende del espejo retrovisor para ahorcar con el diminuto pasador al infeliz que acaba de quemarle el show. Termina su canción con todas sus fuerzas para poder ganarse algunos centavos, el infante ha subido preparado y, cambiando su estrategia, anuncia que va recitarnos una poesía de nuestro ilustre César Vallejo. Pero Nueva Q puede más y ya comienza a lanzar la culebrítica.

El pueril poeta lanza su verso afiebrado con histriónicos gestos, pero al chofer que chucha, “La violencia de las horas” es un poema que no ha escuchado y parece no querer escuchar jamás.

“Todos han muerto.Murió doña Antonia, la ronca, za za za moviendo el cuerpito za za za
que hacía pan barato en el burgo moviendo el culito za za za.

Murió el cura Santiago como si fuera una culebrítica,
a quien placía le saludasen por una baríticalos jóvenes y las mozas moviendo el cuerpito zazaza,
respondiéndoles a todos moviendo el culito za za za,
indistintamente:"¡Buenos días, José! ¡Buenos días, María! ¡Yo tengo una culebrítica!

Murió aquella joven rubia como si fuera una culebrítica,
Carlota, dejando un hijito de meses moviendo el culito za za za
que luego también murió y mueve tu cuerpo, mueve tu cuerpo,
a los ocho días de la madre que va por una barítica. "

El muchacho apresuró su verso y elevó su voz tratando de ser oído por encima del pegajoso ritmo que embelesaba al respetable como ratones encantados por la flauta del encantador de serpientes, o bueno…de culebríticas.

“Murió mi eternidad y estoy velándola moviendo el culito za, za, za”.

No dudo en que si el poeta de Santiago de Chuco reviviera de algún modo, acribillaría al chofer con una AKM, le mentaría la madre (poéticamente) y lo dejaría morir en Cerro San Cosme con un huayco antes de morir en París con aguacero.

El pequeño se da por vencido y, tras un inaudible discurso, comienza a recolectar dinero en su latita. Debería decir que para pica del malvado ogro chofer, todos nos conmovimos y desembolsamos una pequeña contribución para el joven valuarte opacado por el ritmo del ofidio que va por una barítica. Pero no.

No voy a mentirles con un final inesperado y feliz. Sólo yo y dos personas más nos animamos a recompensar su esfuerzo. Pero no vayan a pensar que soy la Madre Teresa de Calcuta, pues sólo le di 20 centavos que me agradeció con su indiferencia. Parecería que está acostumbrado a los no, pero también ha perdido su entusiasmo por los sí. Ya que importa, espero que no la comisión ganada no le sea arrebatada por su papá al final del día.

El cobrador no duda (asumo que para permitir que otro artista haga su ingreso en algún otro momento) en apresurar amablemente al intérprete a que deje el escenario para dar paso al siguiente número: ¡Ya baja, baja, chibolo!

Estoy próximo a mi paradero final y sé que a mi regreso subiré a otra combi y también pondrán cumbia. Y así en todas las combis a las que me suba por un tiempo indefinido.

Seguiré sorprendiendo a algunas personas de elegante vestir desprendiéndose de los audífonos con el globito de Sony Ericsson para permitir que sus oídos caigan en el hechizo del arbolito, la tigresa del oriente, el “arranca nomás cholito”, la culebrítica y otras perlas que bombardean nuestros oídos en cuanto cruzamos el umbral de la puerta corrediza proclive a cercenarnos algún brazo.

Este fenómeno tiene para rato y aunque, este joven estudiante no tiene absolutamente nada en contra del género cumbiabero o vernacular (yo también he levantado la mano cuando me lo pedía la canción), la saturación de este culto sin motor o motivo se ha apoderado de toda combi a niveles que sobrepasan la sacrosanta protección de los audífonos de cualquier mp3 y no queda más remedio que ir a llorar a otra parte.

Han terminado mis clases y me dirijo a casa, estiro mi mano y el bus disminuye su velocidad. A lo mejor tengo suerte y el vehículo se detiene en el lugar en el que estoy esperando para no tener que correr para alcanzarlo (véase post anterior).

El lejano sonido musical se hace más claro conforme el gigante de cuerpo verde y techo azul se acerca hacia mí. Respiro profundo ante lo inevitable y subo en busca de asiento mientras soy recibido por otro niño cantor intentando elevar su voz sobre la voz chillona de un individuo despechado que repite sin cesar: Ojalá que te mueras. Cincuenta hasta Universitaria, antes de San Marcos nomás.

Una dura lección de Geometría Espacial

Son las ocho con veinte de la mañana y hace un frío del demonio, aunque supongo que no podría decir que hace un frío del demonio, porque éste vive en el infierno y el infierno es caliente, o al menos eso nos decía el cura del colegio. Pensé en iniciar este blog al mejor estilo de las letritas chiquitas que aparecen al inicio de cada capítulo de los expedientes secretos X: Av. Universitaria / Cdra. 15 / 8 A.M. / Paradero de la Católica.

Pero es curioso como cada día es como un episodio de los Expedientes X con todos sus marcianos, sus oscuras fuerzas del mal y con gente que corre de un lado a otro con sacotes negros y lentes oscuros para parecer importante. Supongo que si cada día de nuestra existencia fuera un episodio de esa serie, al final de nuestras vidas tendríamos toneladas y toneladas de discos de DVD polvorientos y hongueados, unos más oscuros que otros y algunos con virus, cayéndose del estante pues son demasiados y es entonces cuando la memoria comienza a olvidar.

Me encontraba desvariando en medio de esas nimiedades cuando divisé las franjas azules con blancas y el chillón número 18 que me llevarían a mi centro de idiomas.
Son vacaciones para mí, pero no parece serlo para la manada de trabajadores cuyas extremidades se agitan por fuera de las ventanas de la Couster que intento detener. No puedo evitar una expresión de fatiga, pues aunque haya levantado la mano con anticipación, el chofer detiene su vehículo a 5 ó 6 metros de donde me encuentro parado.

Inmediatamente, un Indiana Jones de camisa grasienta y cuatro dientes me pide a gritos que me apure, como si la gigantesca bola de piedra viniera tras nosotros para aplastarnos. Será que ya estoy acostumbrado, porque le sigo el juego y corro como si el mundo se fuera a acabar. Una vez dentro, noto como inmediatamente la atmósfera se hace más pesada, irrespirable.

Como un mundito aparte me sumerjo en la muchedumbre y el poco carismático Indiana me hace una petición con sintaxis imposible: “hermanito, avanza atrás.” Supongo que jamás se habrá puesto a pensar que no hay nada más contradictorio que avanzar atrás. Me hago el loco pues sé que bajaré a algunas cuadras y es realmente tedioso el ir hasta el oscuro fondo del vehículo para volver desde las tinieblas hacia la puerta con la respiración entrecortada en un esfuerzo descomunal sólo comparable al de un ratón deslizándose suavemente por el esófago de una serpiente cascabel.

Mi intento por pasar desapercibido se frustra con una nueva petición igualmente absurda: “avanza al fondo varón”. En un intento de concesión, doy medio paso hacia mi izquierda y mi anfitrión se olvida del asunto. Mientras Indiana continúa promocionando su servicio con las últimas letras de las avenidas que comprenden su ruta ('taria, 'susmaría, 'requipa, 'rranco, 'rillos) noto como una escolar impaciente mira desesperada su reloj, tal vez porque piensa que el hecho de verlo hará más lento el paso del tiempo.

Curiosamente, el tiempo no parece ser mayor preocupación para su condiscípulo uniformado con los mismos colores, quien en humanitaria labor procura la comodidad de una madre de familia y sacrifica su espacio personal apretujándose más contra las espaldas de su compañera. Cuanto civismo en nuestra niñez.

De repente se da el típico choteo que enfurece tanto a los cobradores. Una respetable dama de antaño detiene la combi y se desanima tras echar una ojeada al interior del vehículo, total, ya vendrá otro. Cual quinceañera que coge una prenda en Saga y cambia de opinión con mirada de desagrado, retrocede y baja de la escalerilla sin poder ser más explícita: “Ya no hijito, ya no.”

Este tipo de desplantes siempre enfurecen al cobrador, una irreparable pérdida económica en la que el único culpable somos nosotros: los imprudentes, tacaños, desconsiderados, desordenados, egoístas e infelices que no nos da la gana de apretarnos cual sardinas en el fondo del vehículo hasta el punto de perder toda oxigenación y hacer caras chistosas con el rostro pegado a la venta trasera.

Nuestro chimuelo anfitrión, cuyo rostro maltratado por los años nos grita despiadadamente la carencia de agua y jabón en algunos sectores de nuestra ciudad, voltea la mirada hacia nosotros y cambia su trato inhumano por uno más inhumano.
He de suponer su militancia en alguna comunidad religiosa pues nos pide el mayor acto de fraternidad y calor humano: ´Apéguense al fondo, carajo´.

Nuestra reacción no se hace esperar. Más de uno comienza vociferar para hacerle entender que el vehículo está lleno y que tendrá que privar del maravilloso placer del viaje a los próximos transeúntes que pretendan subir. Ya pagué mi china y me gané el derecho, así que el hambre de justicia social (o simplemente mis ganas de hacer chacota un viernes por la mañana) aflora en mi sangre como si se tratase de los bríos rebeldes de nuestro José Gabriel Condorcanqui: ‘¿Dónde vas a meter más gente?, oe.’

El poco amable administrador de ingresos financieros de transporte público me responde la cosa más absurda que podría haber dicho en todo el viaje, como el coro de una canción que a todo peruano ya le es familiar: ‘ta vacío, al fondo hay sitio’ (bis).
Cual turba de escolares a punto de apanar al gordito lorna del salón, todos comienzan a repetir que no hay espacio, algunos sólo haciendo ruido, otros recordándole a Indiana la ruta por la que su hermosa progenitora lo alumbró.

Aprovecho la confusión para volver a mi posición original (medio paso a la derecha). El desinteresado romeo de uniforme escolar y mochila (con parches de Rezaka y Serial Asesino) ve frustrados sus intentos de dar pasión carnal a una apurada Julieta, quien se ha sumado al intento de enseñarle geometría espacial anuestro anfitrión y ha dejado de ver su reloj de Pucca.

¡Todos hacen lo que les da la gana!, ¡Siempre es lo mismo en el Perú!, ¡Oe imbécil no somos cuyes, somos gente!, ¡No está llevando cargamento, oiga!, ¡Cierra la puerta, animal! El chofer no se solidariza con nuestro vapuleado Indiana Jones, mira hacia el frente y se encomienda a su estampita despintada de Sarita Colonia.

He llegado a mi destino final y han pasado sólo quince minutos desde que salí de casa. Me apresuro inmediatamente a zafarme de lo que tranquilamente podría convertirse en un “mini-moqueguazo”, pues me acerco a mi instituto de inglés.Indiana Jones se despide de mí con ojos tristes y tratando de cobrarme aunque ya le pagué, le muestro mi boleto y me dispongo a dejarlo en medio del Ilave sobre ruedas.

A veces la mezquindad puede enardecer al viajero y un error de geometría espacial es un pecado capital, hasta el próximo post, esquina baja.

Este es el primer post y cada semana nos bajaremos en un paradero distinto. Estoy más que seguro, que todos tenemos más de una “combivencia” que contar, las cuales podrían servirme de inspiración para un próximo post. Comenten y despotriquen, en esta combi entran todos y si no, al fondo hay sitio.

Intro

“Cada viaje en combi es una nueva aventura donde podrás encontrar a la más variopinta fauna silvestre pagando tan sólo una fracción de sol. Un safari sobre ruedas en el que el mayor reto es asir el manubrio para lograr subir. Ten cuidado, porque la nave zarpará rápidamente, estés listo o no, incluso si tiene que llevarse consigo alguna parte de tu cuerpo. Si sobrevives, una vez dentro, podrás encontrar un circo freak como pocos. No solo podrás enfrascarte en un importante debate de finanzas con el cobrador, sino que presenciarás funciones de arte popular (las más pegajosas cumbias del momento interpretadas por la garganta desafinada de un cantante al que podrás subirle la moral con unos centavos que no te llevará ni a la pobreza ni a la riqueza), saborearás los más deliciosos ´productos golosinarios´ y podrás comprar los maravillas irrompibles que traen paz y felicidad eterna a precio de fábrica. A 'so, varón, A ’so."

Pasajeros inteligentes que pagan con sencillo...