Súbele sólo por joder


Hoy me he levantado tarde. No es la mejor forma de comenzar el post pero fue lo primero en lo que pensé ya que tuve que salir corriendo y en medio de mi desesperación por llegar al inglés se suscitó la nueva combivencia (el bendito Word sigue cambiándome la palabra a “convivencia” por enésima vez) que compartiré con ustedes esta vez.

Antes que nada, quisiera que piensen un momento en la asfixiante e imparable ola que ha azotado nuestra capital, o mejor dicho nuestro país entero para sumergirnos en una inundación en la que todos nos hemos ahogado en algún momento: La cumbia.

Lo sé. Mi blog no es un blog de cumbia, pero han de saber que este híbrido del huayno peruano, el vallenato colombiano y la huaracha cubana se ha apoderado de toda unidad de transporte público y digo de toda sin excepción. Es por eso que hoy, analizaremos este acuerdo universal para tocar cumbia en todas las combis habidas y por haber.

Entiéndase que, si nos ponemos a analizar, cada parte de nuestra vida está marcada por una emisora radial:

- De 8 a aproximadamente 16 años la chiquititud entrega sus oídos al desenfreno del rompejaula, la jauría, la hora perruna o cuanto bacanal romano radial saque radio Moda o semejantes.
- De 16 hasta los 22 nos quedamos con estudio 92 y sus interminables spots de la universidad a la que tienes que entrar.
- Más adelante cumplimos 30 y nuestros oídos son invadidos por RPP noticias y la información siempre primero, minuto a minuto y los chistosos ponen la cuota alegre a nuestras vidas matrimoniales si estas ya empezaron.
- A los 40 y 50 nos vuelve la nostalgia y nos teñimos las canas de negro mientras sacudimos las cabezas al ritmo de stereo 100. Somos jóvenes aún, el mundo es nuestro, sí claro.
- Pronto los años se van volando y nuestra ancianidad se mese rítmicamente al son de Radio Felicidad y la hora del lonchecito desde los 70 hasta el momento de nuestra muerte (después sólo Dios sabe).

Ojo que este es un descabellado y subjetivo análisis de este humilde blogger que bien podría desdecirse con toneladas de excepciones a la regla. Sobre todo si tienen la suerte, como yo la tuve, de ver alguna abuelita cantando Wisin y Yandel en el asiento reservado por ley.

En teoría, si usted, estimado lector, es contemporáneo con este servidor, cuando llegue a la etapa de Radio Felicidad, otras serán las canciones del ayer y tal vez la inolvidable música del recuerdo sea pera entonces el chuculún, rompe la molleja, machucando, destrózale el buche, pégala, azótala y (si aún queda con vida) sácala a bailar.

Es entonces cuando usted y yo nos preguntamos qué demonios bailarán nuestras hijas. Se me hace un nudo en la garganta al imaginármelo, aunque no seré más papista que el papa, pues es innegable que todos hemos cedido alguna vez a bailar alguno de esos temas cuya letra te sugiere que tu enamorada, pareja, amiga o hermana podría ser tranquilamente un porfiado antes que una mujer.

Ya me he dilatado demasiado en divagar acerca del tema musical, vamos a lo nuestro. He salido tan tarde que sé que deberé presentar alguna excusa deprimente a mi profesora de inglés. Espero poder convencerla esta vez de que tuve que quedarme a cuidar a alguno de mis siete inexistentes hermanitos cuya fragilidad es la causa de todas mis tardazas y todos mis quebrantos.

Me sumerjo nuevamente en otra muchedumbre apretujada de ilustres desconocidos aferrados a sus maletas con rostro preocupado. Parece que todos fueran a perderse de algo. Pero el sueño puede más algunas veces y no faltan quienes se entregan a los brazos de Morfeo con la cabeza pegada a la ventana y la boca abierta hacia el infinito.

Todo este marco de depresión previa al ajetreo del día se ve amenizado por el pintoresco y exquisito gusto musical del señor chofer. Hasta las seis de la mañana me vacilo, hasta las seis de la mañana me amanezco. El carro dobla la esquina de Universitaria con Bolívar a gran velocidad, la cabeza somnolienta de una estudiante de chef (su indumentaria así me lo indica) es impulsada a la derecha para estrellarse con fuerza contra la ventana mientras el vehículo se estabiliza. Vayan preparando el sancochado o prepárenme un “levantamuerto”.

¡Maneja bonito imbécil! Todos voltean a verla como si la muchacha hubiera proferido alguna blasfemia. Hipócritas. Estoy más que seguro de que todos los presentes habíamos pensado en decir lo mismo, sólo que ella fue más honesta y concretizó el sentimiento del pueblo. El chofer no oye, es de palo y tiene orejas de pescado. Sigo bebiendo no estoy borracho, el baile me pone a mí contento.

Algunos pasajeros se bajan rápidamente y el pasillo ha quedado vacío. En ese momento de incómodo silencio, hace su aparición un artista urbano de baja estatura. Un juglar de la calle dispuesto a ofrecernos su más variado repertorio valiéndose únicamente de su pequeño güiro (un peine y una cajita, no vayan a pensar que subió a fumarse un troncho en frente de todos nosotros). A este y otros personajes les dedicaré un post entero en el futuro.

Luego de lanzar su discurso de presentación (que será objeto de otro post), comienza a interpretarnos su versión del clásico de Lorenzo Palacios Quispe “Chacalón”: Muchacho provinciano. Y aunque el chico comenzó con el coro y prosiguió en una repetición incansable de la primera estrofa, he de reconocer que no lo hizo mal. Opinión que no compartía el chofer, a quien le valió un carajo y subió el volumen a toda potencia. Pensé en encontrar una forma más política de describir tan inhumana descortesía, pero mi indignación pudo más.

Era como escuchar un remix algo atrofiado de dos temas no contemporáneos.

“Soy muchacho provinciano, hasta las seis de la mañana me vacilo, me levanto muy temprano, hasta las seis de la mañana me amanezco. Para ir con mis hermanos, sigo bebiendo no estoy borracho, ayayay a trabajar, el baile me pone a mí contento.
No tengo padre ni madre, yo no le rindo cuentas a nadie, ni perro que a mí me ladre, nadie está pendiente a mi regreso. Sólo tengo la esperanza, no soy como esos sacolargos, ayayay de progresar.”


El pequeño de 6 ó 7 años le lanza una mirada asesina al chofer, como si quisiera arrancar la botita de bebé que pende del espejo retrovisor para ahorcar con el diminuto pasador al infeliz que acaba de quemarle el show. Termina su canción con todas sus fuerzas para poder ganarse algunos centavos, el infante ha subido preparado y, cambiando su estrategia, anuncia que va recitarnos una poesía de nuestro ilustre César Vallejo. Pero Nueva Q puede más y ya comienza a lanzar la culebrítica.

El pueril poeta lanza su verso afiebrado con histriónicos gestos, pero al chofer que chucha, “La violencia de las horas” es un poema que no ha escuchado y parece no querer escuchar jamás.

“Todos han muerto.Murió doña Antonia, la ronca, za za za moviendo el cuerpito za za za
que hacía pan barato en el burgo moviendo el culito za za za.

Murió el cura Santiago como si fuera una culebrítica,
a quien placía le saludasen por una baríticalos jóvenes y las mozas moviendo el cuerpito zazaza,
respondiéndoles a todos moviendo el culito za za za,
indistintamente:"¡Buenos días, José! ¡Buenos días, María! ¡Yo tengo una culebrítica!

Murió aquella joven rubia como si fuera una culebrítica,
Carlota, dejando un hijito de meses moviendo el culito za za za
que luego también murió y mueve tu cuerpo, mueve tu cuerpo,
a los ocho días de la madre que va por una barítica. "

El muchacho apresuró su verso y elevó su voz tratando de ser oído por encima del pegajoso ritmo que embelesaba al respetable como ratones encantados por la flauta del encantador de serpientes, o bueno…de culebríticas.

“Murió mi eternidad y estoy velándola moviendo el culito za, za, za”.

No dudo en que si el poeta de Santiago de Chuco reviviera de algún modo, acribillaría al chofer con una AKM, le mentaría la madre (poéticamente) y lo dejaría morir en Cerro San Cosme con un huayco antes de morir en París con aguacero.

El pequeño se da por vencido y, tras un inaudible discurso, comienza a recolectar dinero en su latita. Debería decir que para pica del malvado ogro chofer, todos nos conmovimos y desembolsamos una pequeña contribución para el joven valuarte opacado por el ritmo del ofidio que va por una barítica. Pero no.

No voy a mentirles con un final inesperado y feliz. Sólo yo y dos personas más nos animamos a recompensar su esfuerzo. Pero no vayan a pensar que soy la Madre Teresa de Calcuta, pues sólo le di 20 centavos que me agradeció con su indiferencia. Parecería que está acostumbrado a los no, pero también ha perdido su entusiasmo por los sí. Ya que importa, espero que no la comisión ganada no le sea arrebatada por su papá al final del día.

El cobrador no duda (asumo que para permitir que otro artista haga su ingreso en algún otro momento) en apresurar amablemente al intérprete a que deje el escenario para dar paso al siguiente número: ¡Ya baja, baja, chibolo!

Estoy próximo a mi paradero final y sé que a mi regreso subiré a otra combi y también pondrán cumbia. Y así en todas las combis a las que me suba por un tiempo indefinido.

Seguiré sorprendiendo a algunas personas de elegante vestir desprendiéndose de los audífonos con el globito de Sony Ericsson para permitir que sus oídos caigan en el hechizo del arbolito, la tigresa del oriente, el “arranca nomás cholito”, la culebrítica y otras perlas que bombardean nuestros oídos en cuanto cruzamos el umbral de la puerta corrediza proclive a cercenarnos algún brazo.

Este fenómeno tiene para rato y aunque, este joven estudiante no tiene absolutamente nada en contra del género cumbiabero o vernacular (yo también he levantado la mano cuando me lo pedía la canción), la saturación de este culto sin motor o motivo se ha apoderado de toda combi a niveles que sobrepasan la sacrosanta protección de los audífonos de cualquier mp3 y no queda más remedio que ir a llorar a otra parte.

Han terminado mis clases y me dirijo a casa, estiro mi mano y el bus disminuye su velocidad. A lo mejor tengo suerte y el vehículo se detiene en el lugar en el que estoy esperando para no tener que correr para alcanzarlo (véase post anterior).

El lejano sonido musical se hace más claro conforme el gigante de cuerpo verde y techo azul se acerca hacia mí. Respiro profundo ante lo inevitable y subo en busca de asiento mientras soy recibido por otro niño cantor intentando elevar su voz sobre la voz chillona de un individuo despechado que repite sin cesar: Ojalá que te mueras. Cincuenta hasta Universitaria, antes de San Marcos nomás.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Por fin un post que refleja nuestro malestar y descontento ante el sistema de transporte que todos los dias usamos. Sin embargo no todo es malo...

...el pasaje es mucho mas barato que en otros paises
...si debes tomar un bus con urgencia este va a parar, aunque la gente se salga por las ventanas
...los choferes a veces bajan y corren a marcar una tarjeta o algo, entonces si tienes suerte y es tu paradero, no pagas y hasta bajas con pana
...si el musico que se sube es realmente bueno, hasta puede conmoverte (una vez le di 5 soles a unos niños)
...con suerte, una frenada puede hacerte caer sobre el amor de tu vida, o por lo menos ganarte de alguien

Anderson Guerrero F. dijo...

Extraño aquel momento donde la Bolichera era un paradero tranquilo y hoy es un punto crítico como tantos en esta ciudad por tantos accidentes de tránsito ... no existía ni el británico, ni plaza vea, ni tantos telos alrededor, hoy el barquito que me servía de aviso de paradero lo han arrancado y llevado más allá como hueco de los serenos. "Hijito te bajas en el barquito ya papito, no te vayas a pasar porque de allí ya te vas hasta san juan" todavía recuerdo que me decía mi tía cuando despúes de darme pal pasaje me embarcaba en cualquier carro que pasara por la marsano pa llegar a mi jaus . Si es que no encontraba la 10,la 91 desde la brasil o la 36 que antes pasaba por petit thouars o cómo se escriba con el perdón del marinero. En ese entonces nadie me decía plomo, no existía la sopa,ni el planchao y menos el datero de la esquina con su tienes 4 5 3, eso sí, a cada rato subían los controladores a pedir boleto uno que otro policía hacer batida y los infaltables vendedores y cantantes, los cobradores me trataban con cariño (era chibolo pe)y por allí uno que otro comentario mira ese chiquito como sabe viajar solo y va traquilito decían una que otra tía ante cualquier chillido de su hijo aniñado, Yo iba mirando por la ventana y de vez en cuando fantasiando con ese carnet que les permitía a algunos recibir vuelto.¿qué será ese carné pensaba, pero era algo mágico porque inmediatamente lo mostraban el cobrador pulía su lenguaje, los trataban especialmente, las tías que iban en el micro dirigían sus miradas de admiración, y las colegialas de promoción sonreían mientras ellos guardaban ese papelito plastificado que decía universitario y continuaban su viaje cargando unos libros gordos o reglas en sus espaldas.

Hoy sacas tu carné universitario y terminas sentenciado porque al día siguiente ya no te vuelven a recoger.

Tu carné no sirve de nada más que para entrar a algunas discotecas en jueves universitarios. ( me han contado ahhh)

Se lo muestras al cobrador y terminas pagando más que el que sube y dice oe una chinita hasta Parodi.

En Lima las cosas han cambiado. viajar en combi es sinceramente en algunos puntos deprimente, en otros una suerte y en otros simplemente es tomarse una combi.Así que hay mucho por escribir sobre este tema.

Te felicito Alvaro, en serio eres muy creativo y veo que tienes tacto y mucha sensibilidad, Tanto que me animaste a escribirte. ja

Un abrazo. Anderson.

Lolle dijo...

ayyyy

si ps la cumbia nos invade
pero si em da pena q los choferes no ayuden a los pobres chikitos cantores

aunke lo maximo q he dado han sido 1 sol 50

Pasajeros inteligentes que pagan con sencillo...