Lero, lero, jojolete

Una nueva mañana se inicia para este humilde (no ser rían, humilde) universitario, he abandonado el paradero de la avenida Universitaria para trasladarme al Paseo Parodi, en donde algún micro o combi hospitalaria terminará de recogerme para concluir así el trayecto a mi Alma Máter.

Pasan dos minutos, tres, cuatro, cinco. Se me va haciendo tarde y una gota de sudor recorre mi frente en señal de que es mejor apurarse. Al fin, un bus celeste se aproxima para recogerme. Ya más de una vez he mencionado que este tipo de unidades paran algunos metros más allá del punto en donde alzas tu brazo para detenerlas. Esta no es la excepción, sino la exageración a la regla, pues frena sus ruedas a interminables 7 u ocho metros de mí. Cuatro segundos son suficientes, el vehículo se ha llenado totalmente antes de que pueda acercarme a la puerta. Una oficinista se agarra al manubrio, tal vez su llega tarde su jefe le descuente o la mire mal y eso no puede pasar, aunque tenga que viajar en la misma postura que el cobrador para evitar tal desdicha.

El bus se aleja dejándome malhumorado y a la vez desconcertado de que solo en el escalón de entrada puedan ir de pie y apretujadas cinco o seis personas. Parece mentira, pero es sólo una mínima muestra de los actos desesperados de los transeúntes ávidos de puntualidad del Paseo Parodi.

La pegajosa melodía de una salsa sensual me anuncia que mi salvación, la Covida (a la cual dedicaré más de seis post en el futuro), ha aparecido doblando la esquina. Lenta, serena, tranquila y recordándome a la canción esa que dice “es un buen tipo mi viejo”. Ah, la Covida, siempre a tiempo, siempre dispuesta a recoger desamparados peatones víctimas de la indiferencia de las combis asesinas. Mis buenas intensiones y utopía de la puntualidad se esfuman como el humo negro del tubo de escape del inmenso bus. El gigante naranja acelera dejándonos a todos atrás, con nuestros sueños, con nuestro tiempo, con la vida por delante, casi burlándose de nosotros. No es para menos, manos y piernas se agitan saliendo por las ventanas. El interior del bus está abarrotado y a punto de reventar producto de esa deforme noción de geometría espacial alterada por las ganas del sencillito extra que siempre tiene el amigo cobrador. Siempre hay sitio para uno más, varón, siempre.

Mi urgencia por llegar tarde es sólo comparable ante la sangre que hierve en mi interior de sólo imaginar la sonrisa triunfal y amarillenta del vigilante cuyo orgásmico placer es aventar la pizarra y cerrar al paso los infortunados estudiantes que, víctimas de una Javier Prado intransitable y una insufrible La Marina, llegan con escasos segundos de retraso. Está bien, lo admito, no somos unos santos de la puntualidad, pero ellos son unos monstruos maniáticos que no perdonan un segundo, una retraso, un impase, un accidente. Y no pienso darles gusto, me quedan tan sólo ocho minutos antes de que el fatídico timbre de las 8 de la mañana repique en mi facultad dejando atrás a quien no haya podido llegar. Saldré más temprano para la próxima, pienso rindiéndome antes del último y despesperado empujón que la vida a veces te da cuando más lo necesitas.

Más de una vez he tenido la oportunidad de presenciar un acto similar, atrás quedó el tiempo en que la señorita del sastre apretado y curvas dibujadas bajo el polystel, se inclinaba cual gacela en la ventana del taxista para mantener una plática animosa llena de intentos de regateo previa al abordaje amistoso y pausado del vehículo. Al diablo con formalidades.

Las chicas presienten y huelen la llegada de su salvador taxista, ya no creen en combis ni en cobradores que han olvidado la existencia del medio pasaje. La escena es desconcertante y a la vez emocionante: cinco féminas interceptan el vehículo en movimiento que no llega a detenerse en la maniobra de abordaje.

Las salvajes fieras abordan la station vagon conel desenfreno, maña y velocidad de un matataxista. Demás está decir el precio (S/.1.00 en implícita chanchita), demás también el paradero (Negocios con Tomás Marsano) y las palabras quedan de lado cuando las ansiosas miradas del quinteto de féminas le dicen al taxista que debe pisar primera para llegar.

Las Diosas Malditas de la Gran Sangre me vienen a la mente. Es curioso como una nueva forma de vencer al tiempo surge producto del ingenio del peruano harto de los desplantes del cobrador, jojolete, lero lero. "El taxista me cobra lo mismo y no se anda con idioteces" me dice una desconocida y bella señorita aferrándose con fuerza a su bolso del extraño mundo de Jack Skellington.


"La misma tontera cada mañana, con el taxi no hay pierde", se nos une un castaño muchacho mucho menor y más pequeño, al parecer cachimbo, junto a su mejor amigo emo con ese típico peinado mechón largo de "no me veas el ojo derecho porque Dios me odia". El asiento delantero queda vacío y nos embarga una fugaz sensación de pánico: el taxista no arrancará si su auto no se llena.

Para nuestra fortuna, la divina señal no tarda en llegar con el sonoro taconeo de una alumna (al parecer de décimo) vestida de sastre y con una minifalda que es un regalo al género masculino. Mis ojos se detienen sobre su...expresión de fatiga. No van a tirarnos la pizarra en la cara, mi voluptuosa amiga, y si lo hacen (como diría Arjona) cuente con un servidor si lo que quiere es vengarse.

Arrancamos dejando atrás a las diez almas que pugnan por llegar temprano al igual que nosotros. Tras unos minutos de interminable ansiedad, llegamos a la puerta de la facultad abriendo las puertas como un Marca a punto de secuestrar a un empresario del Banco de Crédito, o al menos esa impresión damos a la venerable anciana que salta del susto al vernos bajar violentamente a escasos metros de ella. Tal vez ya la han raptado antes para llevarla a un museo.

La carrera por la vida comienza cuando pugnas con otros 6 millones de espermatoides para adentrarte en el óvulo que te permitirá volverte gente y continúa a lo largo de los años: qué mapa del Perú con bolitad de papel crepé está más bonito, qué collar de fideos codito quedó mejor para mamá, quien logró hacerle el habla a la amiga castañita de colegio ficho que fue al mismo quino que tú, si la agarras a la primera o debes esperar al próximo examen de admisión y una inmensa cantidad de etcéteras.

Estas y otras idioteces se me vienen a la cabeza mientras corro desesperado por el patio rumbo a mi salón. El timbre ha sonado y el guachimán sonríe triunfal, sin embargo paso rozando la pizarra y consigo entrar por una nariz. ¿Mi control de pagos? Aquí está...sí, sí...yo soy el de la foto no tienes que revisarlo tanto. La carrera ha terminado, por lo menos hoy.

Extrañaré a la combi amiga que me llevaba por china a mi centro de estudios desde paseo Parodi, ese anhelo se ha vuelto incierto y el taxi colectivo la mejor arma contra las implacables agujas del reloj. Ojalá vuelva a encontrarme alguna vez con la chica de décimo y su implecable sastre....Hasta otro post.


Por navidad, una muestra de que el cariño y el amor también se viven en la combi. Un abrazo y saludos a la abuelita de Rambo.

2 comentarios:

Lolle dijo...

cuando kiero llegar temprano a mi destino es peor...
xq ni sikiera pasa el carro q keiro... y si pasa pasa lleno...

en serio es bueno salir temprano xq las combis parecen castigar tu retraso de tiempo

saludos^^

Allende dijo...

"ESTO, CUANDO ERA CACHIMBO"

El tránsito está demasiado congestionado y hace demasiado calor con tanta gente a mi alrededor. Mmmm, es tarde. hoy empiezo la rutina universitaria con M.T.U. el catedrático en esa materia es muy puntual y lo primero que hace es pasar lista. Menos mal que solo faltan 5 cuadras y al microbusero por fin le tocó luz verde. sentí alivio al saber que llegaría a la hora exacta a mi alma máter. Fué efímero. Pues de pronto escucho el estribillo harto conocido; "¡sube suubeeee!". es nuestro "amigo" el cobrador; jalando más gente y así, incrementando el retraso de sus infaustos clientes por aquel viaje.
El microbusero vuelve a esperar la luz verde allí donde ya lo había hecho, pues prefirió acceder al afán desmedido de su boletero por llenar el vehículo en una hora punta, y yo, junto a los demás afectados, refunfuñando por no poder hacer otra cosa.


http://ckakc.blogspot.com/

KEDA PENDIENTE EL KUI MAGICO!!!
avlaoz brother. chevres tus post. veo q' tienes algun tipo de resentimiento con "NUESTROS AMIGOS LOS COBRADORES" jaaaja... keVin

Pasajeros inteligentes que pagan con sencillo...