Bonitos y gorditos, muchachos, bonitos y gorditos


Siempre he pensado que dentro de todo cobrador y chofer de combi existe un filántropo preocupado intensamente por el bienestar de sus pasajeros al más mínimo detalles. Dormido en alguna parte de su cuerpo oscurecido por el dióxido de carbono del ‘planchao’ que le sacó ventaja, oculto, silente, casi utópico, pero allí está: esperando a las proximidades de las mal llamadas ‘tombas’ para salir a flote sorprendiendo a un incrédulo transeúnte.

Esta calurosa tarde de marzo la atmósfera enrarecida, pero aún respirable, de la avenida la Marina, corta mi cara (qué poético) mientras corro contra el tráfico (qué erótico) para alcanzar a la ‘S’ que, ingrata y microscópica, me llevará a mi centro de labores.

El pequeño portón deslizable se abre ante mis ojos con un cobrador menor que yo dispuesto a darme, buenamente, escazos 5 segundos (sin fracción que valga) para abordar el vehículo. Si no logro tal proeza, es posible que mi cuerpo se exhiba triste, pero célebre, bajo una improvisada pila de diarios chicha, muerto y estelarizando un informe policial de 30 segundos en algún noticiero nocturno donde algún conductor dirá, con la más hipócrita de las tristezas, alguna frase de lástima encabezada por el siempre oportuno “¿Hasta cuando?”. Pero hoy no moriré, afortunadamente, logro abordar el vehículo y comprobar, muy a mi pesar, que no hay asiento para mí en aquella lata de sardinas Fany con ruedas que me conducirá a trabajar.

Entonces comienza en mí esa incertidumbre que agobia siempre a quienes vamos de pie porque no nos levantamos más temprano en hora punta, esa pregunta que da vueltas sin parar en la mente traviesa de un universitario y que podrías resumir en cuatro palabras: “¿Cuándo bajará alguien?, carajo”. Y en estos casos, el carajo es el feliz vocablo para deshaogarse de ese instante triunfal en que algún feligrés pronuncie ese “esquina baja”, que me devuelva la sonrisa. Hoy parece no ser el día, todo quieren permanecer cómodamente sentados y las inmensas posaderas de una anciana gigantezca castigando al asiento reservado alejan a latigazos mi esperanza de encontrar asiento.

Cuando se es alto, como es mi caso, el viajar parado en una combi se vuelve poco más que insufrible: faenas propias de una sexy contorsionista en pantaloneta y malla se vuelven necesarias para poder viajar. La tortura a la que se ve sometida mi columna vertebral se prolonga con el habitual “apéguese al fondo” del pequeño cobrador….”¿Cuál fondo, mocoso de mierda? Me estoy partiendo en dos y tú quieres que me doble más para que puedas torturar de la misma manera a cuatro civiles más en tu carrito de juguete”. De repente, la luz de esperanza (o del foquito de 120 que cuelga de un alambre de cobre pelado) se enciende para mí, un asiento delantero, mortal y vacío, emerge entre el cobrador y un pasajero.

¡Eureka!, gritó involuntariamente ante un cobrador adolescente que me mira extrañado. Tal vez la frase que esperaba era “Bien cunchesumare”. Le pregunto al muchacho si puedo pasarme al asiento vacío de adelante en el próximo paradero. Sus ojos indiferentes se posan sobre mi encorvada espalda y parece entender mi calvario de aprendiz de Margarito. “Pasa ‘lante, varón. Ta’ debes tar cagao’ allí partido a la mitad”, la frase de un comprensivo chico casi de mi edad escandaliza al mastodonte que, se abanica escandalizada desde al asiento reservado a punto de sucumbir bajo su descomunal trasero a punto de reventar el igualmente heroico vestido floreado.

“Permiso”, el metalero que viaja adelante se mueve a regañadientes y me deja pasar. Intento abrocharme el cinturón en vano. El asiento central de la parte delantera casi nunca tiene cinturón de seguridad; si lo tiene, este rara vez funciona o puede cerrarse. De repente, vienen a mi mente escenas de combis magulladas y destrozadas por su parte delantera producto de los habituales ‘correteos’ entre micros de la misma línea. Llámenme paranoico si quieren; miedoso, si gustan; exagerado y fatalista, qué importa. No me daba buena espina el no tener cinturón de seguridad.

Y es que en nuestra Lima gris los transeúntes estamos acostumbrados a no protestar cuando se pasa por encima de nuestros derechos, no por miedo a no conocerlos bien, sino por la estúpida sensación de vergüenza que produce el que otros pasajeros nos miren al reclamar lo que es justo. A veces, como he demostrado en posts anteriores, te apoyan; otras, solo miran expectantes y comentan entre ellos lo jodido que está el Perú y lo jodido que estará siempre por los siglos de los siglos amén. “Uy no, que roche, qué dira la gente, mejor me pongo el cinturón encimita y ahí nomás”.

- El cinturón no funciona -, digo preocupado y paranoico, como ando casi siempre.
- “Sí fuciona, causa, ajusta nomás” – responde el cobrador, terco y bocafloja como yo a los 12 años.
- Te estoy diciendo que no –
- Dile al gordo (el chofer) oe ‘mondongo’, abróchale la correa, uón.

En ese momento y sin razón alguna, vinieron a la mente graciosas imágenes imágenes de mi abuelo anudando cariñosamente la cuerda en torno a mi túnica blanca, a puertas de la iglesia donde haría mi primera comunión. Insolente y sin reparos, le digo antes de entregar mi corazón a Cristo:

- Oe ‘mondongo’, abróchame la correa, uón –

Mi risa producto de parodias mentales sin sentido desaparecen al momento:

- Sabes qué? no funciona el cinturón. Así nomás causa, ponlo encimita nomás –

Mientras eso ocurre, otro estudiante universitario reclama por su medio pasaje inexistente:

- ¿Cómo que un sol cincuenta?, te estoy diciendo medio –
- Mi boleto, por favor – reclama una señorona de buena presencia, talvez camino a Miraflores y condenada a la combi por un marido que no la pudo llevar a la peluquería Montalvo por su ajetreo en alguna trasnacional de donde obtiene el generoso salario para mantenerla a ella ocupada y a sus hijos en la de Lima.

El caos continúa y el chofer, confiado en que su pequeño ‘padawan’ atenderá las quejas con dilación, acelera para llegar al próximo paradero. En proezas dignas de un monster truck, hace piques veloces y frena de repente a medio metro de un bus Covida. Todos salen disparados hacia adelante, todos los reclamones callan, o mejor dicho, callamos.

Las lisuras y el desconcierto de los pasajeros no se hacen esperar: La madre del señor chofer viene a la mente de todos. De repente, el juego se invierte a favor de nosotros. Dos paraderos después, el ‘datero’ pronuncia la señal de alerta que desequilibra emocionalmente al párroco chofer y a su insolente monaguillo cobrador: “Al frente hay batida, cuidao’ causa”.

La alarma está dada, Hiroshima y Nagasaki están por estallar dentro de la combi y el chofer se apresura a meter su camisa dentro del pantalón. La luz roja está por cambiar y el pánico del conductor se contagia a su joven asistente. Como por arte de magia, el hermoso cliché de “el cliente siempre tiene la razón” se apodera del púber y un extraño civismo toma posesión de su cuerpo. Producto de esta posesión, el cobrador comienza a repartir boletos a diestra y siniestra.

Un intelectual caballero le hace saber que ya recibió boleto y que no ha pagado su pasaje todavía, “qué chucha” parece decir el alarmado chiquillo con un silencio desesperante. El espíritu de la niña angelical que canta “los valores que están en ti” en una triste campaña institucional se ha introducido en el cuerpo de nuestros anfitriones sin exorcismo que valga. Inmediatamente, el chofer le pide al metalero de mi costado que se abroche el cinturón, porque “podría pasarle cualquier cosa, joven”.

Mi situación no mejora y yo también exijo mi dosis de cordialidad producto de una hipócrita educación vial. “Mi cinturón sigue sin abrocharse, creo que le pediré a la señora ‘tomba’ que me lo abroche”. Los ojos suplicantes del piloto de este avión en picada se posan en mí a punto de llorar. Su petulancia, soberbia y conchudez producto de casi 188 años de república criollísima se esfuman ante mi sonrisa maquiavélica de chantajista amateur.

- Abróchalo encima nomás – desesperado y perdido, fuerza el cinturón y lo abrocha en torno a mí.
- ¡Uy! Se soltó – lo desabrocho con una expresión diabólica.

Cuatro patrullas y 9 efectivos de serenazgo aguardan impacientes deteniendo a cuanta combi y bus se les ponga en frente. Bigotes de brocha sabe que su combi no será la excepción: sin bajarme la mirada, el miedo se apodera de él y doblegan el ‘barrunto’ que lo enorgulleció durante toda su vida. Hoy no “uón”, yo pongo las reglas y me vale un carajo que “aquí todo sea chevere, la música, el cobrador y el chofer”.

- No tengo para mi pasaje y tu chiquillo no quiere cobrarme medio –
- Ponte el cinturón, varón. Ya fue, no pagas pasaje –
- Mi brother del carné tampoco – me solidarizo con mi compañero universitario cuyo carné no fue merecedor de la justicia urbana del mezquino cobrador.
- Ya causa, ponte el cinturón, ahorita cambia a verde –

Mis buenas maneras se van por el tubo de escape y, conciente de que podría regalarme sus cuatro perritos “cabeza móvil”, su estampita del señor de Luren y su CD con la foto de Sarita Colonia si se me antojaba, me atrevo a continuar caprichoso.

- Sin pasajes, a él y a mí y me haces un sitio atrás ahora mismo –

Esos cuatro segundos se me hicieron eternos, pero supe que había ganado la batalla. La luz del semáforo cambió a verde y, en cuestión de segundos, la combi se detuvo ante los ojos escrutadores de la sensual mujer policía que pidió sus documentos al cobrador que para ese momento ya sudaba frío.

- Papeles, por favor – La sensual guardiana de la ley y el orden se azomó implacable por la ventana. Yo sonreía imperturbable con mi mochila sobre mí,
disimulando azolapado el desperfecto técnico que habría podido costarle muy caro a mi negligente anfitrión.

No pensaba dármelas de civista ejemplar, había que ser realista, era imposible pedirle que arregle su cinturón, pues primero tendría que arreglar su cerebro y la adormecida ética que jamás remuerde a un chofer peruano al exponer la vida de sus pasajeros, lo más salomónico era que me devolviera atrás con un cómodo lugar y preservar mi seguridad en ese momento.

Los resultados de la inspección fueron favorables e, insólitamente, el señor obtuvo un 20 en el examen. El chantajeado conductor volteó con el alivio propio de un padre primerizo al que le dicen que el hijo, no solo nació vivo, sino que también se parece a él (descartando así cualquier infidelidad vecinal).

En ese momento, pensé que me asesinaría, pero no dudó en cumplir con su parte del trato. “Jacho, devuélvele su pasaje al joven”. Mi sonrisa de oreja a oreja coincide con la sorpresa de mi condiscípulo, que no entiende el por qué de tan insólita decisión.

Esta doble moral que persite en el 100% de los cobradores y choferes de nuestra ciudad me recuerdan siempre a los geniales pinguinos de la película Madagascar y su inmortal frase “bonitos y gorditos, muchachos, bonitos y gorditos” cadavez que el peligro está cerca. Es precisamente esa imagen de orden perpetuo o, siquiera, seguridad garantizada, que quisiéramos fuera real en cada combi que abordamos día a día.

No nos mintamos, aún falta mucho para que ello pase y que el largo brazo de la ley sea lo suficientemente largo para sancionar como se debe a estos “Meteoros” urbanos con hambre de sangre y sencillo.

La “S” se detiene en la esquina de Espinar con Pardo, mi buena acción del día, mi granito de arena ante este mar de cal que es la informalidad de nuestro transporte público (si bien era en realidad un egoísta ajusticiamiento universitario) me hicieron bajar triunfante y ganador de un sol cincuenta para el pasaje de regreso. Hasta el próximo post, con mi madre presente en la mente del chofer y del cobrador, esquina baja.

2 comentarios:

Siempre te amare dijo...

dicen que ya esta escrito, el apocalycis de la combi el 2010 sera su raza extinta, no se si fue nostradamus o algun ministradumus... dicen que el cobrador ira a clases y con us pastillitas de moralidad todo cambiara.. pero tambien dijeron q habra tren electrico, tabien dijeron q la delincuencia acabara, y alan dijo q los universitarios jovenes y de alto redimiento formaran parte de su gobierno... osea osea algunas profecias se cumple y otras no...

Niña de los 80s dijo...

Lima quiere un subte jaja,en serio

Pasajeros inteligentes que pagan con sencillo...