Los cantos de los pajaritos despertando en la espesura de los enormes árboles del parque Kennedy de Miraflores son la señal del fin de la juerga. Es hora de ir a casa, pues ya agotamos todo el repertorio del siempre bonachón DJ del Yaya, la nueva mini-disco al lado del Tayta Bar.
La desfachatez y criminal ansia lucrativa del incomprendido taxista azotado por el alza del combustible me hacen desistir al décimo noveno intento. No hay de otra: me iré a casa en la 29.
El simpático bus blanco a rayas azules que me lleva a casa al final de mi jornada de trabajo será el burrito tabanero que me conduzca a casa de madrugada, tras una memorable noche de música, maracuyá sour, desmadre y una que otra foto incriminatoria que aparecerá en algún Facebook del que me desetiquetaré.
Los micros comienzan a llegar y los cobradores, cuales portavoces de buenas noticias, no pierden el ímpetu para cantar a todo pulmón su melodía urbana compuesta por una bien aprendida lista de avenidas a las cuales la prisa ha arrebatado algunas letras a sus nombres. ‘Vierprao, ‘requipa, ‘livar, ‘versitaria’ ‘coma, ‘coma. Llegó mi bus, no tuve que esperar tanto como otras veces.
Ya dentro del vehículo, la atmósfera es fantasmal y silente. El habitual bochinche de la gente apretujada recordando a la madre del que lo codea para que “avance al fondo” ha desaparecido para dar paso a un desfile de almas en pena entregadas a los brazos de morfeo y con almohadas de fibra de vidrio. Todos con ojeras, todos con sueño, todos cabeceando y cediendo como si su cerebro multiplicara su peso al vislumbrarse los primeros rayos del sol.
Si algo así como el amor está en el aire, en un micro de boleto, éste tiene aroma de cerveza barata. Una deliciosa morena de 20 abriles abre su boca al infinito para dejar salir un ronquido espeluznante que me dice que no está en su mejor faceta. El maquillaje corrido, el pelo cubriendo la cara y su pequeña “amigalmohada”, me cuentan una historia de diversión en alguna discoteca exclusiva de Lima.
No importa de donde vengas, a donde vayas a divertirte ni con cuanto dinero lo hagas, el resultado será el mismo: un silente hígado maltratado, un rostro deplorable, un sueño brutal y vanos recuerdos de lo que hiciste acompañados de la dulce sensación de que nadie te quitará lo bailado. Al término de la batalla de sandungueo, latin y electrónica, los guerreros vuelven a casa con apariencia fatal pero con la melodía de We are the champions en su cabeza.
Cuando vienes de boleto el mundo es diferente: el viaje dura menos, pues duermes más; el cobrador es más amable, ya que no está apurado; el asiento es más cómodo, pues cualquier almohada es soportable; el chofer maneja con más cuidado, lo cual es irónico pues no hay muchos micros de los cuales cuidarse como en horas puntas en las que maneja como quien juega Playstation y mil y un detalles que mi cabeza no puede terminar de recopilar ahora que la rica cumbia de la radio del micro ha comenzado a sonar.
La mañana del chofer comienza con su radioturbo poder y los más importantes eventos folclóricos este domingo domingo domingo. La hora Inca Kola es dicha cada dos minutos pidiéndole al Perú que no se retrase. Sonrío al imaginarme bailando en una megafiesta con Naranjita de Sucre, Flor Pileña, Sósimo Sacramento, Chacalón Junior y otras luminarias de los fosforescentes paneles chicha que han sido inmortalizadas al ritmo de house y electrónica. Fusión, señores, cholo soy y no me compadezcas remix.
Abro los ojos gracias a ese extraño radar en mi interior que me avisa afortunadamente una esquina antes de mi paradero final. Miro a mi alrededor y la sensual morocha no ha cerrado las fauces. Su amiga almohada es ahora su amiga colchón, mientras que los Yaipén Brothers me despiden de aquel viaje sonámbulo pidiéndome que vaya a llorar a otra parte.
Así de loco es el mundo cuando la noche no es más virgen, así es venir de boleto. Esquina baja. Semáforo no, te dije en la esquina. Bueno, no me puedo quejar, se olvidó de cobrarme el pasaje.
La desfachatez y criminal ansia lucrativa del incomprendido taxista azotado por el alza del combustible me hacen desistir al décimo noveno intento. No hay de otra: me iré a casa en la 29.
El simpático bus blanco a rayas azules que me lleva a casa al final de mi jornada de trabajo será el burrito tabanero que me conduzca a casa de madrugada, tras una memorable noche de música, maracuyá sour, desmadre y una que otra foto incriminatoria que aparecerá en algún Facebook del que me desetiquetaré.
Los micros comienzan a llegar y los cobradores, cuales portavoces de buenas noticias, no pierden el ímpetu para cantar a todo pulmón su melodía urbana compuesta por una bien aprendida lista de avenidas a las cuales la prisa ha arrebatado algunas letras a sus nombres. ‘Vierprao, ‘requipa, ‘livar, ‘versitaria’ ‘coma, ‘coma. Llegó mi bus, no tuve que esperar tanto como otras veces.
Ya dentro del vehículo, la atmósfera es fantasmal y silente. El habitual bochinche de la gente apretujada recordando a la madre del que lo codea para que “avance al fondo” ha desaparecido para dar paso a un desfile de almas en pena entregadas a los brazos de morfeo y con almohadas de fibra de vidrio. Todos con ojeras, todos con sueño, todos cabeceando y cediendo como si su cerebro multiplicara su peso al vislumbrarse los primeros rayos del sol.
Si algo así como el amor está en el aire, en un micro de boleto, éste tiene aroma de cerveza barata. Una deliciosa morena de 20 abriles abre su boca al infinito para dejar salir un ronquido espeluznante que me dice que no está en su mejor faceta. El maquillaje corrido, el pelo cubriendo la cara y su pequeña “amigalmohada”, me cuentan una historia de diversión en alguna discoteca exclusiva de Lima.
No importa de donde vengas, a donde vayas a divertirte ni con cuanto dinero lo hagas, el resultado será el mismo: un silente hígado maltratado, un rostro deplorable, un sueño brutal y vanos recuerdos de lo que hiciste acompañados de la dulce sensación de que nadie te quitará lo bailado. Al término de la batalla de sandungueo, latin y electrónica, los guerreros vuelven a casa con apariencia fatal pero con la melodía de We are the champions en su cabeza.
Cuando vienes de boleto el mundo es diferente: el viaje dura menos, pues duermes más; el cobrador es más amable, ya que no está apurado; el asiento es más cómodo, pues cualquier almohada es soportable; el chofer maneja con más cuidado, lo cual es irónico pues no hay muchos micros de los cuales cuidarse como en horas puntas en las que maneja como quien juega Playstation y mil y un detalles que mi cabeza no puede terminar de recopilar ahora que la rica cumbia de la radio del micro ha comenzado a sonar.
La mañana del chofer comienza con su radioturbo poder y los más importantes eventos folclóricos este domingo domingo domingo. La hora Inca Kola es dicha cada dos minutos pidiéndole al Perú que no se retrase. Sonrío al imaginarme bailando en una megafiesta con Naranjita de Sucre, Flor Pileña, Sósimo Sacramento, Chacalón Junior y otras luminarias de los fosforescentes paneles chicha que han sido inmortalizadas al ritmo de house y electrónica. Fusión, señores, cholo soy y no me compadezcas remix.
Abro los ojos gracias a ese extraño radar en mi interior que me avisa afortunadamente una esquina antes de mi paradero final. Miro a mi alrededor y la sensual morocha no ha cerrado las fauces. Su amiga almohada es ahora su amiga colchón, mientras que los Yaipén Brothers me despiden de aquel viaje sonámbulo pidiéndome que vaya a llorar a otra parte.
Así de loco es el mundo cuando la noche no es más virgen, así es venir de boleto. Esquina baja. Semáforo no, te dije en la esquina. Bueno, no me puedo quejar, se olvidó de cobrarme el pasaje.